EL FILÓSOFO DEL BARRIL
Déjame que hoy te cuente un cuento.
Diógenes de Sínope fue un filósofo griego perteneciente a la escuela cínica. Fue exiliado de su ciudad natal y trasladado a Atenas donde vivió como un vagabundo, convirtiendo la pobreza extrema en una virtud. Se dice que por casa tenía un barril y que de día caminaba por las calles con una linterna encendida diciendo que “buscaba hombres” (honestos). Sus únicas pertenencias eran: un manto, un zurrón, un báculo y un cuenco hasta que un día vio que un niño bebía el agua que recogía con sus manos y se desprendió de él.
Un día, estaba Diógenes comiendo un plato de lentejas, sentado en el umbral de una casa cualquiera. No había ningún alimento en toda Atenas más barato que el guiso de lentejas.
Pasó un ministro del emperador y le dijo:
<<¡Ay, Diógenes! Si aprendieras a ser más sumiso y a adular un poco más al emperador, no tendrías que comer tantas lentejas>>.
Diógenes dejó de comer, levantó la vista, y mirando intensamente al acaudalado interlocutor contestó:
<<Ay de ti, hermano. Si aprendieras a comer un poco de lentejas, no tendrías que adular tanto al emperador>>.
Cuando veo las luces navideñas, más de un mes antes del inicio de la navidad, me viene a la cabeza la imagen de las gallinas a las que encienden y apagan las luces varias veces al día. Las pobres entienden que se ha hecho de día y, sin mediar reflexión, ponen huevos. A veces, deberíamos pararnos a considerar sobre cómo nuestro afán de posesión nos ha convertido en ricos esclavos o irreflexivas gallinas.
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