Había una vez un hombre rico y otro pobre. El rico andaba siempre metido en banquetes y el pobre no tenía nada de nada. Un día llegó un viejo a la casa del rico, y le pidió que le dejara pasar allí la noche:
– Amable señor, ¿podría pernoctar en tu casa?
El rico no le ofreció ningún auxilio y se negó a albergarlo:
– En mi casa – respondió – jamás pasan la noche ni los lisiados, ni los pobres, ni los que van de paso. De modo que no vas a pernoctar aquí. Vete a aquella casa, la que está a cielo abierto. En aquella casa te dejarán pasar la noche.
El viejo le preguntó:
– Amable señor, indíqueme cuál es la casa que está a cielo abierto.
El rico salió afuera para enseñársela:
– Allí está.
Entonces el viejo pasó la mano por la cabeza del rico, y este se metamorfoseó en un caballo.
El viejo pidió al pobre que le dejara pasar la noche en su casa, y le dijo:
– Amable señor, déjame pernoctar en tu casa.
– De acuerdo, abuelo. En mi casa pasa la noche todo el mundo: los pobres, los lisiados y los que van de paso.
– Llevo un caballo conmigo.
– Pues, abuelo, no tengo sitio para un caballo. Tampoco dispongo de heno, y no sé qué es lo que le voy a dar de comer.
El viejo respondió:
– No pasa nada: le dejamos fuera y le daremos polvo de lino y cáñamo para comer.
El pobre dejó el caballo fuera, y el viejo entró en la casa. Al día siguiente, antes de marchar, le dijo al viejo:
– Quiero regalarte este caballo, para que dejes de ser tan pobre.
El pobre se puso a darle las gracias, y llamó a su esposa:
– Mujer, vamos a construir otra casa.
Y juntaron maderas para hacer la casa nueva.
Pasado algún tiempo, el viejo volvió a la casa del pobre, para que le dejara pasar la noche. Pero el pobre ya no le dejó pasar.
– Yo soy el viejo aquel. Lo que pasa es que no me has reconocido.
Y de nuevo pasó la mano por la cabeza del caballo, y le volvió a metamorfosear en hombre. Y el pobre, sin caballo, volvió a quedar reducido a la miseria.
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