Consecutivamente asistíamos cada 22 de junio a la tumba de Don José de la Luz y Caballero, allí oíamos hablar desde 1974 hasta 1979 a nuestro esposo y hermano, en nombre de nuestra Orden; allí realizábamos el enlace espiritual de varias generaciones que siguiendo a nuestros fundadores, mantienen y salvaguardan latientes sus principios.

Nuestro Apóstol y hermano José Martí, recordaba en sus crónicas que no existía ningún cubano amante de la independencia que no honrara su hogar con una imagen de José de la Luz, a quien llamó “EL SILENCIOSO FUNDADOR”.

Yo aprendí a querer a N.S.M. hace años, aún recibo sus enseñanzas y me siento verdaderamente una discípula suya. La noble vida de Don Pepe está enlazada e identificada con la historia de Cuba.

Su elocuencia era un manantial de ideas, en que permitía el trato íntimo, el grato desorden de las materias que trataba en cada oportunidad.

Olvidaba sus dolores, cuando lo rodeaban sus amigos y discípulos; y nadie le oyó nunca una voz descompuesta. Ciencia, orden, virtud y paz; eran los sentimientos de aquellas reuniones DEL SALVADOR, como son los de nuestras sesiones, allí el espíritu encontraba fuerza y estímulo.

Recordar a veces es crecer, es enraizarse, es adelantarse. Don Pepe había sido siempre un hombre enfermizo. El 22 de junio de 1862, corrió la noticia por toda la ciudad de La Habana. Doblaban las campanas. Todo se ponía en movimiento. Hasta el gobierno colonial declaraba duelo. Murió “un santo laico”, y las almas estremecidas sintieron la honda congoja por el grande hombre que acababa de fallecer.

Llorado por sus hijos espirituales. Toda Cuba lo lloró. Las provincias enviaron delegaciones al entierro. Se lee en un periódico de la época “La Habana entera está de luto, lo dice el sentimiento público. La juventud de Cuba ha quedado huérfana, lo dice su dolor”.

Hombres y mujeres del pueblo, blancos y negros, acompañaron el modesto ataúd por toda la Calzada del Cerro. Sus restos fueron inhumados en el Cementerio de Espada. Más tarde fueron trasladados al de Colón.

Así murió a los sesenta y dos años aquel Maestro que había dedicado toda su vida a la enseñanza.

Debe recordarse uno de sus aforismos: “INSTRUIR PUEDE CUALQUIERA, EDUCAR SOLO QUIEN SEA UN EVANGELIO VIVO”. Este aforismo es síntesis de su vida.

Su figura es como un faro que proyecta luz inmensa sobre las generaciones cubanas para vigorizar sus conciencias.

Perseverar en la lucha es el mejor tributo que podemos brindar al Sabio Maestro Don José de la Luz y Caballero, y es el mejor homenaje que podemos ofrecer a los hermanos caídos.

G.L.P:. HILDA CRUZ DE PORTUONDO

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