Cada 10 de octubre vuelve a resonar un eco que atraviesa el tiempo y la historia. Es la voz de un pueblo que quiso ser libre y aún no ha aprendido a serlo. Desde aquel amanecer de 1868, cuando Carlos Manuel de Céspedes liberó a sus esclavos y se alzó contra la servidumbre, la libertad cubana ha sido más un anhelo que una conquista. Se levantaron banderas, se derramó sangre, se escribieron himnos, pero la plenitud humana que debía acompañar aquella independencia sigue esperando su hora.
En este 10 de octubre de 2025, lo que corresponde no es la celebración, sino el recuento. No el recuento de fechas, ni de próceres, sino el recuento moral de una nación dispersa, fatigada, confundida entre la memoria y el desencanto. Cuba se halla en un largo exilio interior, más allá de las fronteras físicas. Vive fragmentada entre los que se fueron y los que quedaron, entre los que creen que el sacrificio fue en vano y los que aún buscan un motivo para creer. Y en esa fractura, el espíritu de 1868 parece diluirse, como si la llama de La Demajagua hubiera sido cubierta por la ceniza de la indiferencia.
La libertad, que debía ser raíz, se convirtió en palabra cansada. Se invoca en discursos, se adorna en monumentos, pero rara vez se ejerce con dignidad. Las clases altas de hoy, como ayer señaló aquel lúcido denunciante del 2012, ya no arriesgan por un ideal: acumulan, controlan, especulan. Y los intelectuales, que antes empuñaron la pluma como espada, hoy callan o se esconden en la comodidad del conformismo. El silencio se volvió una forma de complicidad. La patria se convirtió en una herida que no se mira para no doler.
La Orden Caballero de la Luz, que acompañó aquellos tiempos fundacionales, no puede permanecer ajena a este naufragio moral. Nació para educar, para despertar, para formar hombres y mujeres capaces de pensar por sí mismos, de hablar con la verdad, de vivir con honor. Fue en sus templos donde muchos aprendieron a distinguir entre libertad y licencia, entre justicia y revancha, entre fe y fanatismo. Hoy, sin embargo, la Orden también debe mirarse al espejo y preguntarse si aún conserva el fuego o solo las cenizas del ritual.
No basta con custodiar símbolos si no se cultiva el espíritu que los anima. No basta con vestir el mandil si se teme ejercer la virtud. No basta con hablar de fraternidad si la indiferencia divide y la cobardía calla. En el 10 de octubre de 1868 hubo riesgo, renuncia, desprendimiento. En el 10 de octubre de 2025 hay cálculo, distancia y resignación. Hemos cambiado el sacrificio por la excusa, la acción por la espera, la pasión por la queja.
Pero toda hora oscura es también una hora de posibilidad. El recuento no es un acto de nostalgia, sino de conciencia. Es el instante en que el cubano —dentro o fuera de su tierra— decide volver a mirarse sin miedo y sin mentira. Es el llamado a los que aún conservan la fe, a los que no se resignan a ver morir el ideal, a los que saben que la libertad no se decreta: se construye, se sostiene, se honra.
Esta hora del recuento debe ser también la hora de la Orden. No para juzgar, sino para despertar. No para repetir glorias pasadas, sino para recomenzar. El Caballero de la Luz no puede ser espectador de la decadencia moral de su pueblo. Su deber es alumbrar, aunque duela; decir, aunque incomode; actuar, aunque nadie lo acompañe. La verdadera revolución es la del espíritu, y empieza cuando el hombre deja de temer su propia voz.
Cuba sigue siendo un proyecto inconcluso, una promesa que se repite como plegaria. No hay patria posible sin virtud, ni independencia sin educación, ni justicia sin sacrificio. El 10 de octubre nos recuerda que la libertad no se logra una vez y para siempre: se conquista todos los días, o se pierde en silencio.
Y tal vez, en medio de tanta sombra, el mayor deber del Caballero sea precisamente mantener la llama encendida. Aunque el mundo no la vea. Aunque el viento sople en contra. Porque mientras quede un cubano capaz de pensar, de amar y de actuar con honor, el sueño de Céspedes no habrá muerto.
Esta es la hora del recuento. La hora de mirar hacia dentro. La hora de elegir entre la luz y la sombra.
LP:. Javier Alvarez Rodriguez
Soles y Rayos de Oriente No.7 OCLU
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