El deseo es el punto de partida de toda acción con propósito. No garantiza el resultado, pero sin él, ninguna meta significativa tiene impulso vital. El deseo es la chispa que enciende la voluntad, y la voluntad es la que traduce ese impulso en hechos.
Podríamos decir que el deseo pertenece al mundo de lo posible, pero la acción lo traslada al mundo de lo real. No todo lo que deseamos se cumple, porque la realidad impone límites, pruebas y tiempos. Pero las cosas que debemos hacer, aquellas que nos construyen como personas, siempre empiezan con un deseo justo y consciente: el deseo de hacer el bien, de crecer, de cumplir un deber o de servir a un propósito mayor.
En el fondo, el deseo es la forma más íntima de la vocación: la semilla invisible de todo lo que luego florece en obra, en virtud o en legado.
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