A lo largo de la vida sentimos la necesidad de celebrar ciertos acontecimientos, como aniversarios, cumpleaños, bodas, llegadas, despedidas… No nos basta con vivir la vida; necesitamos reconocerla, sopesarla, cantarla.

Celebrar es reunirse determinadas personas ‑familiares, amigos o paisanos ­para festejar, por medio de gestos y palabras, un acontecimiento. La celebración nos permite saborear la existencia de otro modo. Así, algunos momentos estelares de la vida se celebran de una forma inhabitual o extraordinaria, mediante gestos corporales en los que interviene la persona en relación a un grupo, en el plano de la celebración litúrgica. Son gestos repetidos pero no idénticos, con un despliegue simbólico, en el sentido de que exceden su frágil y quebradiza visibilidad.

Como consecuencia, la celebración produce sentimientos profundos y variados, al ser experiencia básica relacionada con el misterio de la vida y de la muerte, de la fiesta y del compromiso, de los orígenes y de las ultimidades, del agradecimiento y de la reconciliación, de la culpa y de la inocencia. En los momentos celebrativos se manifiesta una cierta ruptura con la vida ordinaria. Celebramos, por supuesto, la vida, pero mediante un gesto simbólico que no es la vida; es un gesto gratuito con un sentido de renovación, de cambio y de comunión. Recordemos que el término celebración procede del latín celeber (notable o frecuentado). Celebrar equivale, pues, a destacar, poner de relieve o festejar mediante la asistencia en grupo o en masa a una fiesta.

Los Caballeros de la Luz, no celebramos en la liturgia cualquier aspecto de la vida o de la humanidad, sino la vida y la humanidad en armonía con los designios de Dios, manifestados desde la perspectiva preclara que se atisba a través de las enseñanzas éticas, morales y filosóficas, pero en definitiva practicas de un hombre, Don José de la Luz y Caballero.

La liturgia de la Orden celebra el amor a través de la FRATERNIDAD, la obra salvadora por medio de la EDUCACION y la acción edificante en la construcción sistemática del –Hombre Nuevo-, a través de la BENEVOLENCIA. En una palabra, celebrar litúrgicamente no es, sin más, rendir culto a un modo de vida, sino festejar la oportunidad de trascender a través de nuestras obras convocando las mejores versiones de nosotros mismos. Objeto de esta celebración es la recreación de la acción de Dios, que se realiza en el taller a través de la acción simbólica humana.

La liturgia es celebración que evoca la memoria de los misterios humanos y trascendentes y los hace presentes por medio de palabras y símbolos. Se compone de formas verbales (lecturas, moniciones, homilía, oraciones, himnos y poemas), modos musicales (música y cantos) y plasmaciones simbólicas (signos y gestos), todo ello con un orden y un sentido.

Para saber si se celebra una sesión litúrgica en la Orden Caballero de la Luz es criterio básico que se viva lo que se celebra (autenticidad), que se celebre la vida en su totalidad (universalismo), que estemos activos de cara a los problemas humanos (compromiso) y que se exprese la presencia operativa de nuestro Mentor (acción simbólica).

En concreto, es necesario favorecer la comunicación de todos los participantes, según sus funciones, en un clima de alegría y de conmemoración, dando a los ritos toda su fuerza de expresión y de comunicación, se trata de hacer de la celebración algo dinámico, en donde cada persona participe activamente para el bien de todos.

Reconozcamos, sin embargo, que la liturgia se reduce con frecuencia a mera práctica de cumplimiento, costumbre social heredada o ceremonia ritual repetitiva. Durante los últimos años por lo menos el culto en la Orden ha consistido frecuentemente en unos ritos modificados y herméticos, expresados muchas veces de espaldas a la realidad de vida de la comunidad. De ahí la necesidad de una profunda renovación y adaptación.

Con todo, no faltan los opositores, guardianes de la tradición, adoradores del rito y militantes de la rúbrica, más sensibles a lo sagrado de las cosas que a las relaciones personales. Son defensores de la restauración. Por supuesto, también están los renovadores, que celebran con gran desenvoltura y defienden la entrada de lo secular y cotidiano en la liturgia, la vivencia espontánea personal y la dimensión social. Son defensores de la inculturación. En todo caso, hay innumerables hermanos que abogan, desde sus logias por una liturgia de acuerdo con la tradición genuina y las exigencias culturales y sociales de la vida actual.

Con frecuencia se oyen quejas de que nuestras celebraciones litúrgicas son rutinarias, mortecinas, triviales. En unos casos apenas interviene el sujeto grupal de la liturgia, que es la asamblea; en otros, no se preparan bien ni se desarrollan adecuadamente.

Cuando la liturgia de la palabra es extensa, se reduce el simbolismo místico y cuando la liturgia es primordialmente ritual, no se acentúa suficientemente el profetismo. Frecuentemente está ausente el entusiasmo, y en no pocas ocasiones no se sitúa adecuadamente el compromiso colectivo en el quicio que debiera, demostrando que no, necesariamente la suma de las responsabilidades personales hace la responsabilidad colectiva.

 

L.P: Javier Alvarez Rodríguez

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