Nadie niega hoy la importancia de los símbolos: baste recordar la función que desempeñan en la religión, en la psicología profunda, en la creación literaria y en el arte en general. El símbolo es imprescindible en el campo esotérico, en el orden ético y en el ámbito social. Dicho de otro modo, la acción simbólica socializa, humaniza e identifica. Efectivamente, nos ayuda a acceder a una identidad nueva. La percepción simbólica exige el ejercicio de diversas cualidades personales: sensibilidad, intuición, imaginación, etc.

 

Pero los símbolos son hoy mal percibidos. La persona occidental manifiesta una actitud pobre ante el mundo de los símbolos, debido quizá a una formación ‑o deformación, según se mire basada en el lenguaje técnico, en la lógica nocional y en el comportamiento utilitario. De una parte, reducimos las cosas y las personas a instrumentos de medida y consideramos la misma realidad como mero objeto de trabajo o producto manipulable.

 

No se percibe bien la realidad no mensurable, lo escondido, lo velado. Hay una cierta desconfianza hacia toda experiencia que nos sobrepase, que nos trascienda. De otra parte, y como contraste, puede observarse, un aumento del simbolismo y de la percepción simbólica en ciertos dominios culturales ‑Cine, teatro, pintura, escultura, etc.‑ y en el ámbito de la religiosidad popular. De hecho, la vida humana entera está formada o entretejida de multitud de signos y acciones cargadas de sentido. Puede decirse que entiende la vida quien es capaz de desvelar su sentido y su significado, quien logra descifrarla, quien es capaz de captar signos.

 

Hay signos convencionales y hay símbolos. Signo convencional es un medio visual o auditivo ‑no meramente verbal‑ de comunicación. Es una realidad que, al ser conocida, nos remite a otra. Sirve para distanciarnos de la realidad ordinaria y elevarnos a una realidad superior. La información se transmite según un código convenido entre personas. Signo puede ser un objeto (una piedra), una acción (un abrazo) o un gesto (inclinarse), y se compone de un «significante» (lo que es sensible o palpable, se ve o se oye) y un «significado» (la realidad evocada, que no se ve, pero se transmite). El signo propone un significado de un orden distinto al del significante. La relación entre significante y significado, es decir, la significación, es en el signo arbitraria y convencional. Significante y significado son, pues, heterogéneos.

 

En el símbolo, el significante y el significado son homogéneos. La palabra griega symbolos designa un objeto roto en dos partes que se entregan a dos socios que hacen alianza y que, al unir los trozos, se reconocen. Precisamente la palabra símbolo viene de symballein, que significa ensamblar. En el símbolo, la relación entre significante y significado es natural, es decir, radica en la naturaleza misma de las cosas. El símbolo es mediador, hace presente lo que significa. Es, además, signo de reconocimiento relacionado con algo humano importante, como es la vida y la muerte. Simbolizar no es simplemente significar, sino operar. El símbolo es específicamente humano, y mediante él se logra dar sentido profundo a la realidad. Por eso requiere iniciación. Digámoslo con un ejemplo: la Biblia en el Ara es signo y es símbolo. Significa la pertenencia religiosa y el suceso revelador del logos.

 

Al confundir a menudo el símbolo con el mero significante ‑objeto o acción sensible que pretende significar‑, se reduce el símbolo a una cosa, cuando en realidad es una acción humana. Por eso se dice superficialmente que los símbolos antiguos ya no valen y que debemos crear otros. Como consecuencia, hay quienes rechazan precipitadamente los significantes. De hecho, el problema no es cambiar de significantes, sino rescatar significados. Ningún objeto es simbólico por sí mismo; es significante cuando, en virtud de un consenso cultural, tiene un significado determinado para un grupo humano. No olvidemos que el significado o los significados de un significante varían según las disposiciones, deseos, saberes, experiencias, etc. de quienes participan en la acción simbólica. Un símbolo dinámicamente expresado es inagotable; tanto, que no se puede explicar de una vez para siempre.

 

La dimensión simbólica que tiene el ser humano le capacita para relacionarse con el mundo, el presente y el ausente. Mediante los gestos o palabras simbólicas somos capaces de representar realidades insensibles, invisibles o indemostrables. En la liturgia intervienen los cinco sentidos con la finalidad de establecer una relación o una comunicación personal y colectiva con la trascendencia. En la liturgia de nuestra Orden todo tiene dimensión simbólica. Sin los símbolos no nos comunicaríamos bien entre nosotros. El primer signo de la celebración es la reunión de hermanos en apretada asamblea. Los símbolos están en la celebración para unir a estos hermanos, recordar la memoria de nuestro amado maestro, hacer presente al Creador e impulsar el compromiso hacia el cultivo de la primer y única libertad absoluta que al cabo se nos reserva a todos los seres humanos…asumir nuestra mejor actitud ante la peor circunstancia.

 

L.P:. JAVIER ALVAREZ RODRIGUEZ

Calidad del artículo

100%

By 02 reviewer(s)

ordenar por:

  • Avatar

    Medina

    Excelente

    Los símbolos, dicen mucho sin decir nada

    septiembre 21, 2023
  • Avatar

    Javier

    Una aproximación necesaria

    Los ojos ven lo que la mente sabe… Por eso pienso, luego existo.

    septiembre 21, 2023

Dejenos su opinion sobre esto

Your email address will not be published.

Calidad del artículo