En el inicio de los tiempos, antes de que la humanidad poblara la Tierra, los distintos dioses se reunieron con el fin de preparar la creación del ser humano, a su imagen y semejanza. Sin embargo uno de ellos se dió cuenta de que si los hacían exactamente iguales a ellos, en realidad estarían creando nuevos dioses, con lo que deberían quitarle algo de tal manera que se diferenciara de ellos. Tras pensarlo detenidamente, otro de los presentes propuso quitarles la felicidad y esconderla en un lugar donde no pudieran encontrarla nunca.
Otro de ellos propuso esconderla en el monte más alto, pero se dieron cuenta de que al tener fuerza, la humanidad podría llegar a subir y hallarla. Otro propuso que la ocultaran debajo del mar, pero dado que la humanidad poseería curiosidad podría llegar a construir algo para llegar a las profundidades marinas y encontrarla. Un tercero propuso llevar la felicidad a un planeta lejano, pero otros concluyeron que dado que el ser humano tendrá inteligencia podrá construir naves espaciales que puedan llegar a alcanzarla.
El último de los dioses, que había permanecido en silencio hasta entonces, tomó la palabra para indicar que sabía un lugar donde no la encontrarían: propuso que escondieran la felicidad dentro del propio ser humano, de tal modo que este estaría tan ocupado buscando fuera que jamás la hallaría. Estando todos de acuerdo con ello, así lo hicieron. Este el motivo por el cual el ser humano se pasa la vida buscando la felicidad, sin saber que en realidad está en sí mismo.
Esta breve historia, refleja algo que está muy presente en la sociedad actual: solemos buscar la felicidad constantemente como si fuera algo externo que podemos alcanzar, cuando en realidad la encontramos precisamente cuando no la estamos buscando sino disfrutando del aquí y el ahora.
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