“De Martí en Cuba, como de Washington en los Estados Unidos, como de San Martín en la Argentina, como de Hidalgo en México, como de Artigas en el Uruguay, como de Bolívar en nuestra América toda, cuanto se diga en elogio es justo. A los padres generosos, a los padres abnegados, heroicos, valiosísimos, nunca los hijos honrarán bastante.
Y como a padre debemos todos los cubanos venerar a Martí, ya que él desde el amanecer de la existencia vio a cada uno de sus paisanos como a hijo. Fuera de la patria también puede y debe pregonársele, porque, aunque cubano de nacimiento, fue un hombre universal, un hombre de esos que señalan, a través de los tiempos, una hora en la vida de la Humanidad.
¿Qué acontecimiento hubo a fines del ante pasado siglo comparable a la entrada de un pueblo en la vida de la libertad y el derecho? ¿Y no fue Cuba ese pueblo, gracias a su fe, a su tesón, a su genio, a su amor inagotable y a sus ansias de sacrificio? Sí, por él fuimos libres o pudimos llamarnos así, aunque a veces -como lo previo él- muestre la República la mano cubierta con el guante de la colonia, o hechos dolorosos nos hagan pensar con tristeza que somos como una gota de agua en el océano: que somos una barca a merced de todos los vendavales…
“En la humildad de una casa de la calle de Paula, en la Habana, nació Martí. Fueron sus padres, españoles, personas de poca cultura y sentimientos vulgares. El laurel no brota solamente en los arriates artísticos: el laurel, en la tierra, nace donde quiera. Así el genio-salto maravilloso de la Naturaleza-encarna lo mismo en el hijo de un general y se llama Víctor Hugo, que en el hijo de un soldado y se llama José Martí. El genio nace lo mismo en la Francia republicana de principios del siglo XIX, que en la Cuba colonial de mediados de ese mismo siglo. En una escuela de barrio aprendió las primeras letras. En el colegio San Anacleto, de Rafael Sixto Casado, enseñanza elemental, y en el San Pablo, de Rafael María Mendive -educador y poeta- comenzó los estudios superiores. Desde niño empezó Martí a sobresalir en uno y otro colegio hizo gala, ante maestros y condiscípulos, de asombrosos rasgos de inteligencia y de carácter. Había nacido grande, y grande fue desde la niñez. En Grecia hubiera sido Platón o Leonidas; en Inglaterra, Cronwell o Byron; en la Argentina, San Martín o Sarmiento: sí, dondequiera, que le hubiese tocado en suerte nacer, hubiera sido grande.
“Cuando el toque de clarín en Yara llego a sus oídos, sintió latir el corazón de patriótico entusiasmo, entusiasmo que echo fuera en un soneto vibrante. Preso su amigo y maestro Mendive, al Castillo del Príncipe subía a verlo todos los días, a llevarle el consuelo de su ternura y su cariño. Cuando en 1869 el Capitán General de la isla, Domingo Dulce, decreto la libertad de imprenta, Martí, en compañía de Valdés Domínguez, comenzó a publicar un periódico titulado El Diablo Cojuelo, al mismo tiempo que dirigía La Patria Libre, periódico, este último, donde dio a la publicidad su poema Abdala, canto en que rebosa su entrañable pasión por la libertad. Al año justo de haber estallado la revolución de Céspedes, unos voluntarios lo acusaron del delito de haberse burlado de ellos al pasar por su lado, de regreso de una gran parada. Y por habérsele encontrado una carta dirigida a un compañero de aula, que servía, siendo cubano, al Gobierno de España como oficial de un regimiento, fue juzgado en consejo de guerra y condenado a seis años de presidio. Y a presidio fue llevado Martí con diez y seis primaveras apenas, y allí sometido a horribles torturas y sufrimientos. Lo que entonces sufrió le hizo exclamar: “Dante no estuvo en presidio. Si hubiera sentido desplomarse sobre su cerebro las bóvedas oscuras de aquel tormento en la vida, hubiera desistido de pintar su Infierno. Lo hubiera copiado y lo hubiera pintado mejor”. Conmutada la pena, fue deportado a Isla de Pinos, y más tarde enviado a España en calidad de deportado.
A España llego apesadumbrado, enfermo, pobre. A poco, dando clases, ganaba para vivir; es decir, para ir muriendo disimuladamente. A sacarlo de esas angustias llego a su lado, deportado también aunque con la bolsa llena de oro, su amigo, o más bien, su hermano Fermín Valdés Domínguez. Martí comenzó entonces una nueva existencia. Emprendió de nuevo sus estudios, y pronunciaba discursos en la logia a que pertenecía, y escribía versos, y era la encarnación de su tierra, rebelde a la cadena. Luego, por haberse enfermado en Madrid Valdés Domínguez, pasaron a Zaragoza, donde uno y otro se ganaron afecto y estimación. En Zaragoza obtuvo Martí el grado de Doctor en Derecho y el de Doctor en Filosofía y Letras. Allí escribió, en los periódicos, fue poeta, fue orador… En 1873, ya abogado y Doctor en Filosofía y Letras, visitó a París, Londres y otras ciudades europeas, siguiendo luego a México, donde le esperaban sus padres y hermanos. En la patria de Juárez fue colmado de honores: la popularidad le prodigó caricias; el amor le besó la frente!
“De México fue a Guatemala, donde obtuvo también gloria y bienestar. De allí -firmada ya la paz del Zanjón- pasó a la Habana, la que, apenas transcurrido un año y después de haber mostrado en Guanabacoa las galas de su oratoria, se vio precisado a abandonar, deportado de nuevo a España, por conspirador, por estar complicado en la revolución del 79, llamada guerra chiquita. De la madre patria se fugo, pasando por París, hasta detenerse en New York, y luego en Venezuela. En Caracas, como en México antes y en Guatemala, supo abrirse paso. Pero como a las repúblicas suelen también salirles sus déspotas, abandono a Venezuela, y, como un náufrago, arribo a New York, donde lo esperaban su esposa y su hijo. En aquel medio hostil de la Babel moderna, y en el transcurso de dos lustros, fue dependiente de una casa de comercio, redactor de The Sun, corresponsal de varios periódicos de la América latina, traductor de la casa de Appleton, redactor de América, El Economista Americano y La Edad de Oro, revista esta última dedicada a los niños exclusivamente, y maestro y diplomático. Pero aunque atareado, solo pensaba en Cuba y en la necesidad de redimirla. De ahí que, cuando desde Tampa un grupo de cubanos lo invita para tomar participación en una velada, acepta la invitación. Y luego de tentar el alma de las emigraciones, funda el Partido Revolucionario e ingresa a la Orden Caballeros de la Luz, y jura ante su propia conciencia libertar a su país o perecer en la demanda.
“Lo que fue Martí durante aquellos cuatro años de entusiasmos y flaquezas, de agonías y luchas, no se puede contar. Un pájaro no tenía su movilidad, un caballo su resistencia, un Cristo su bondad, su dulzura, su amor. Darse era su mayor placer; servir a sus paisanos, a su tierra…
La guerra del 95, la que acabo con el gobierno de España en Cuba, la que sacó a pelear por la libertad a treinta mil hombres contra doscientos mil, obra suya fue, y sellada con su sangre quedó para siempre en Dos Ríos, en aquellos campos orientales, donde, jinete en su corcel blanco, se abalanzó sobre la tropa enemiga, y cayó para siempre, tal como un Dios, coronada la frente por los resplandores de la gloria, rebosantes los ojos de la divina luz de la inmortalidad…”
Hno:. Néstor Carbonell
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