En las primeras horas horas de la tarde del 7 de Diciembre de 1896 en San Pedro (Punta Brava, Artemisa, Cuba) se producía la dolorosa caída en combate del Lugarteniente General Antonio Maceo Grajales.
Su ayudante que no participó directamente en el hecho pues se encontraba herido, al enterarse lo que sucedía acude de inmediato al sitio donde se encontraba el cadáver de su jefe para rescatarlo, donde fue acribillado a balazos por el ejército Español.
Ahora, como pudo entonces conservarse los cuerpos de estos heroicos combatientes de nuestras justas libertadoras.
El teniente Coronel Juan Delgado y algunos de sus hombres fueron los encargado de rescatar los cuerpos ya sin vida de Antonio y Panchito.
Estos condujeron los cadáveres de Maceo y de su ayudante hacia un lugar seguro, para que no cayeran en manos de los españoles.
El bravo combatiente, jefe del Regimiento de Caballería Santiago de Las Vegas, tocó la puerta de la casa de tabaco en la que dormían familiares suyos allegados y, después de identificarse, les dijo: «Perico, levántese pronto, que hay algo muy grave que tratar con usted ahora mismo».
Luego de informarle que era necesario enterrar en sitio adecuado a estos héroes, Pedro Pérez Rivero, sin vacilar ni un segundo, llamó a sus tres hijos mayores y les pidió que buscaran las herramientas para cavar la tierra.
Rumbo al sitio donde estaban los cadáveres, el campesino preguntó a su sobrino si los presentes conocían de esta idea. Y al llegar adonde se encontraban los cuerpos sin vida de los dos patriotas, Juan Delgado le dijo: «Tío, le entrego con el alma los cuerpos del Lugarteniente General Antonio Maceo Grajales y el de su ayudante, Capitán Panchito Gómez Toro, hijo del Generalísimo Máximo Gómez.
Nadie sabe de esto. Murieron ayer en un combate. En usted confiamos ciegamente. Entiérrelos donde crea que nunca puedan los enemigos encontrarlos, y guarde este secreto hasta que Cuba sea libre. Solo entonces lo dirá al Presidente de la República o al propio General Máximo Gómez».
Poco tiempo después uno de los hijos del campesino cae preso durante la “Reconcentración de Weyler “, sin embargo ni el joven ni su padre jamás dijeron una palabra sobre la ubicación de los cuerpos, secreto con el cual pudieron haber ganado la libertad ya que los españoles los buscan intensamente como trofeo y escarmiento.
El hijo del protagonista del pacto del silencio murió, pero mantuvo intacto su juramento y guardó a salvo uno de los símbolos mas valederos de Cuba.
El fiel campesino temió que perecieran por una epidemia todos los guardianes del sagrado secreto y envió un aviso al coronel Juan Delgado, quien a su vez encargó del importante asunto a su segundo, Dionisio Arencibia Pérez, para que se entrevistara con él en El Cacahual.
En el sitio de las fosas ocultas, Arencibia hizo una marca en un árbol, guardando también el preciado secreto.
En agosto de 1899, Gómez acudió a Bejucal, ya con el permiso de exhumación de los restos. Allí recibió acogida y se hizo colecta que trascendió al país, para la futura obra que los guardaría.
Dos comisiones, una de ellas técnica, viejos mambises, numeroso público y familiares de Maceo y de Gómez presenciaron el acto, el 17 de septiembre de 1899, guiándose por la señal hecha en el árbol por Dionisio Arencibia. Empleados de Bejucal iniciaron la búsqueda en el lugar indicado, cavando con sumo cuidado y ya desesperaban todos y algunos ponían en duda la palabra del honrado Pedro Pérez y sus hijos, cuando apareció el primer hueso humano, a cinco cuartas de profundidad.
Reinaba mal tiempo, había dos yaguas y sendos hules, donde se fueron colocando adecuadamente los restos, manteniendo la debida separación, para ser trasladados hacia la casa de los Pérez.
En el humilde bohío de los leales campesinos permanecieron los restos amados en capilla ardiente, bajo custodia de varios generales mambises, entre ellos Pedro Díaz y el ex presidente de la República de Cuba en Armas, Salvador Cisneros Betancourt, hasta que fue terminado el primero de los tres monumentos que se han construido en el actual mausoleo de El Cacahual, donde fueron depositados. Oficialmente fue inaugurado el 23 de septiembre de 1900.
Un día como hoy, es justo que las nuevas generaciones conozcan y veneren este hecho, brillante ejemplo de fidelidad a la Patria, donde Pedro Pérez Rivero y sus hijos, Romualdo, Leandro y Ramón, tuvieron que aplicar aquella enseñanza martiana de que hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas.
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