El arribo a los 42 años de vida en José Martí durante la fría noche de Nueva York el 28 de enero de 1895 no debió tomarlo con alegría suficiente como para una celebración. Pocos días atrás había fracasado la expedición de tres buques que zarparían del puerto de La Fernandina, en la costa atlántica de La Florida.
Tal contratiempo lo obligó a permanecer oculto en la casa número 116, de la calle 64, al oeste de la gran ciudad, porque tras él estaba la policía y agentes que trabajaban para los servicios secretos españoles.
“Martí se paseaba, silencioso y nervioso, de un extremo a otro del salón de la casa de su médico, el doctor Ramón Luis de Miranda”, comentó un testigo excepcional que no dudó en apuntar que estaba “descorazonado y abatido”.
Se encontraba muy deprimido. Todos los fondos aportados, que fueron abundantes, donados por patriotas pobres y ricos para la compra de armamentos y otros pertrechos para los vapores Lagonda, Amadís y Baracoa se habían esfumado al descubrir las autoridades el motivo de la expedición y proceder a la confiscación de la valiosa carga.
Sin embargo, buenos patriotas y muy pudientes, por cierto, como Marta Abreu, habían aportado importantes cantidades para una nueva expedición. El Apóstol ya estaba bastante tranquilo, confiado y lleno de esperanzas. Entre el doctor Miranda y Gonzalo de Quesada decidieron que su cumpleaños no pasara inadvertido sin tener la menor idea de que sería el último del mártir de Dos Ríos.
Cinco personas: Martí, el doctor Miranda, Gonzalo de Quesada, Gustavo Govín (hermano de la esposa del galeno) y “Mirandita”, sobrino del doctor, se dieron cita en el restaurante Delmónico esa noche del 28 de enero.
La llegada al reservado fue con estrictas medidas de seguridad. Idénticas a las que hoy en día pudieran tomar un grupo de conspiradores. Primero, tres en tranvía; luego, Martí y otro acompañante hicieron el viaje en coche. La retirada ocurrió de similar forma.
El primer brindis, curiosamente, no fue por la salud del homenajeado. Levantaron copas y alguien exclamó:
-¡Todo por Cuba y para Cuba!
Fueron varios los temas. Uno de ellos, el dinero. Cuenta el testigo que Martí dijo:
-El dinero nunca ha sido mi ideal, y ustedes comprenderán que, de haber sido ese mi anhelo, yo hubiera hecho fortuna.
El comandante Miranda, entonces un jovenzuelo de 17 años de edad, no entró en detalles de qué cenaron. Pero sí precisó que Martí disfrutó con los chistes “siempre chispeantes y del más sano humorismo” que contó el doctor Miranda. “Jamás le oí emplear palabras hirientes”, reconoció, “ni le vi adoptar posturas vulgares”.
Momentos antes de partir con destino a Cuba, el joven Luis Rodolfo Miranda le suplicó a Martí acompañarlo en la expedición. El abrazo rozó las mejillas de ambos. Casi al instante le respondió con tono paternal:
-Continúa siendo bueno.
Pocos días después, Martí abandonó la residencia del doctor en Nueva York. Partió en un carruaje cerrado hasta el puerto junto a su amigo Gonzalo de Quesada. Iba en camino hacia República Dominicana para encontrarse con el generalísimo Máximo Gómez. Pronto navegaría hacia Playitas y algo más tarde se inmortalizaría en Dos Ríos a sus 42 años un 19 de mayo de 1895.
Fuente: Reminiscencias cubanas de la guerra y de la paz, de Luis Rodolfo Miranda, comandante del Ejército Libertador. La Habana 1941
Por : Aurelio Pedroso
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