Cualquier grado de Fe, de Fe genuina, es capaz de lo imposible, Hasta de remover montañas…

Sin embargo, la palabra Fe, en estos tiempos es una palabra olvidada y desechada. Esta hora del mundo se caracteriza por la gente cínica y desilusionada que lo habita, ya se cuentan por millones los que han perdido la Fe en Dios, la fe en sí mismos, la Fe en los propósitos eternos y esta hora de Cuba es también una hora colmada de escepticismos y nihilismos, cuando la juventud clama por el mismo viejo clamor de Job: donde está ahora nuestra esperanza (cf. Job 17,15).

Los jóvenes que esta noche –con este acto simbólico – dan por terminadas una etapa de sus vidas deben recordar el viejo refrán español: agua pasada no mueve molino. Por qué temprano hemos de aprender que siempre el final de un camino no es más que el inicio de otro y que es más importante lo por andar que lo andado.

Esta noche pues comenzamos a andar un nuevo camino. Hagamos de el una aventura de Fe. La Fe no es una asignatura que se cursa o no se cursa, a elección del estudiante: es obligatoria, e indispensable para una graduación realmente triunfante. No es un lujo, sino una absoluta necesidad.

Es cuestión de atreverse a afirmar, como, lo hace el autor de la carta a los hebreos, que la diferencia real entre el triunfo y el fracaso, entre la victoria y la derrota, entre la gloria y la tragedia, es una mera cuestión de Fe; por fe pasaron por en medio del mar rojo (Hb 11, 29). Que cuando se presentan crisis y problemas que parecen insalvables, tipo mar rojo, no nos salvara nuestra habilidad, ni nuestra inteligencia, ni nuestra cultura, ni nuestra memoria, ni nuestra buena suerte, sino solo la Fe, en este negocio de vivir la Fe es un artículo de primera necesidad.

Necesitamos Fe para una cosa tan sencilla como el simple acto de echar una carta en un buzón de correos, ¡qué cosa tan ridícula en apariencia esa de confiar un documento importante, o una gran cantidad de dinero, a una caja de hierro fijada a un poste o a una pared! Sin embargo, así funciona.

En este camino que ahora nos disponemos a recorrer, duros golpes habremos de recibir desde ambos lados. No nos hagamos ilusiones: el mundo no es un valle de lágrimas pero si una gimnasia recia y una prueba dura. Sin embargo, recordemos que lo importante no es lo que nos suceda, sino lo que hacemos con lo que nos sucede. Nuestra reacción ante los embates de la jornada dependerá esencialmente de la hondura y la calidad de nuestra Fe. Con esta espada es imposible perder batalla alguna, pero entiéndase bien: hay que librara la batalla de todos modos. El hecho de tener Fe no nos exime del concurso a las pruebas que han de venir, pues no somos nosotros débiles plantas de invernadero, sino robles recios que saben de hachas y de tormentas. Porque no es el de el Caballero de la Luz espíritu de cobardía, sino de poder.

Deseo insistir, en este punto. Hay pues un concepto teológico popular de mucho arraigo, pero completamente erróneo, el mismo que divide a los hombres y mujeres en buenos y malos, el hombre o mujer bueno es aquel que recibe todos los premios y favores el hombre o mujer malo recibe en tanto todas las desgracias y dificultades. Pero muy pronto la vida misma se encarga de desvanecer esa falsedad, pues creyentes y no creyentes, buenos y malos, todo el mundo tiene que cruzar el mar rojo. Tanto buenos como malos pierden la salud, buenos y malos sufren por la pérdida de los seres amados, buenos y malos se angustian por las derrotas y los fracasos. Por lo tanto, lo glorioso de la Fe, no está en que nos exime del conflicto inevitable, sino en que nos ofrece la única energía capaz de impulsarnos y de hacernos triunfar.

Yo los invito a la tarea acaso más difícil de todas: tener Fe, en medio de una muchedumbre que no tiene Fe. En las grandes crisis, en los grandes peligros, la mejor parte ha sido siempre de aquel que espera contra toda esperanza.

Por la Fe Leónidas, a quien se confiara con 300 hombres la salvación de Grecia, hizo frente a 800 000 persas. La patria lo había enviado a morir en las Termopilas, y allí murió. Lo que él hizo no fue razonable; todas las posibilidades estaban en su contra, pero al poner en la balanza el peso de su alma y el de 300 muertes heroicas, venció al destino y se sobrepuso a la suerte. Su muerte, como se ha dicho con acierto estuvo bien empleada. Grecia, obligada por tan grande ejemplo, se comprometió a ser invencible. Y ese mismo espíritu de Fe, quiero decir, de Fe en su propia fuerza, fue el principio de todas las acciones de aquella guerra pérsica que aseguro la independencia griega.

Para vivir triunfalmente en tiempos como estos, de tensión y de tumulto, se requiere una Fe confiada, como la de los griegos de Leónidas y los israelitas que cruzaron el Mar Rojo -como tierra seca-. A un lado y al otro rugen amenazadoras las olas que pretenden cubrirnos, pero bástenos saber que se ha rebelado el camino señalado y una Fe para estos tiempos renacerá de la mano de los justos y de todos aquellos hombres y mujeres de buena voluntad que confíen en sí mismos y en sus semejantes, -Dios mediante-.

La suerte está echada y esta Fe básica y fundamental ha de ser la que engendre el fervor, el ensueño, la esperanza ¡pobre del pueblo, logia o familia que en sus jóvenes no alienta ya el fomento de una ilusión perdurable!

Es por eso que esta fecha, por sobre todas las noches, me aferro y los convido a aferrarse a una Fe probada y comprobada, y lanzarnos al viento con la oriflama de nuestra esperanza por tanto tiempo postergada, hacia un futuro claro y provisor, porque si no es así, si no es así…

No te eches al camino

Si no llevas siquiera

La luz de una esperanza;

Si no llevas siquiera

La luz de un bello ensueño,

No te eches al camino…

No te eches al camino

Si no llevas siquiera

Algún ideal oculto;

Si no llevas siquiera

Una visión prendida,

No te eches al camino…

Viandante y Peregrino:

La cumbre no se alcanza

Sin un fulgor divino.

L.P :. Javier Alvarez Rodríguez