Esta hora de Cuba -cuando la celebración del 10 de octubre parece cosa lejana en el tiempo, la distancia y el recuerdo- es la hora del arrepentimiento y de la confesión. Hemos pecado contra la patria, contra la herencia heroica, contra el destino provisor, contra la dignidad misma de todos los cubanos. Ha llegado el minuto de llorar nuestra desidia y nuestro crimen.
Hace más de medio siglo desde aquellas pascuas sangrientas, que llevaron invariablemente al triunfo revolucionario y arrollador de un presidente electo por una inmensa mayoría de cubanos. Para todo el pueblo y especialmente para los jóvenes de entonces, aquello fue la conquista de algo diariamente ansiado, el clímax de una esperanza y de una reivindicación. – al regresar a La Habana, me quede asombrado y encantado: sus calles me parecieron mas anchas, mas pomposas, los edificios públicos mas imponentes, mas lujosos, y las tiendas de mejor gusto. La bandera de la patria ondeaba más gallarda, más hermosa, más triunfal. Pero no solo la ciudad, sino los mismos compatriotas me parecieron bañados en una estupenda ola de energía y optimismo, de confianza y seguridad. Habíamos alcanzado la cima ansiada, y nos dispusimos a gozar plenamente de aquella hora trascendental…-1.
Pero han transcurrido 64 años y el contraste de esta hora no puede ser más amargo. ¡Como le duele a un cubano enamorado de su tierra, confiado en las virtudes de sus compatriotas, esta hora de Cuba! Aquel otro 10 de Octubre que lucio colmado de entusiasmo y de visión futura a este 10 de Octubre, tan raquítico, desganado y estéril ¿Qué ha sucedido en todo este tiempo? No es posible ahora, por muy diversas razones, que entremos a analizar cada suceso, cada hombre, cada palabra. Pero si he creído conveniente juzgar esta hora oscura de Cuba a la luz de aquella otra luminosa: la del 10 de octubre de 1868.
Por supuesto, en este análisis del drama de Cuba yo no puedo representar el papel de un testigo frío, porque eso seria una afrenta a mi propia convicción de cubano honrado. Yo quiero hablar como parte de un pueblo, no como juez. Yo quiero señalar con mi mano, no elucubrar ideas como un mero litigante. Yo quiero tomar la iniciativa del denunciante, y asumir íntegramente la responsabilidad de la protesta. En esto quiero ser un discípulo de Cosme de la Torriente, a quien se le declaro incompetente en su empeño de hacer volver a la republica a sus causes constitucionales y de derecho, porque no era imparcial. No podía serlo en manera alguna el viejo mamabi, como no puede serlo ningún cubano digno, porque los hechos que mueven a cólera no deben silenciarse con una sonrisa diplomática. No se puede ser un fotógrafo cuando se ama a la patria, sino un cirujano.
Comencemos, pues por las clases sociales. Jorge Mañach ha dicho, observando el siglo XIX cubano, que este –no fue parco en proezas-. yo diría más: yo diría que fue enormemente heroico. La sociedad cubana del siglo XIX fue leal a su época, y actuó conforme a lo que de ella podía esperarse. Muy bien señalo Marti esta verdad: que en Cuba los ricos (los que en todas partes se oponen a las guerras), fueron los que hicieron la guerra del 68. Profesionales de las leyes, aristócratas y ricos eran Francisco Vicente Aguilera, Carlos Manuel de Céspedes, Francisco Maceo Osorio y Perucho Figueredo. Hombres de las clases altas de esta época eran Salvador Cisneros Betancourt, Ignacio Agramonte y Bartolomé Maso. Y que no se diga que por eso fue una guerra por motivaciones económicas. Por meras motivaciones económicas nadie entrega en aras de un ideal todas las propiedades y todo el capital acumulado trabajosamente durante años, nadie entrega la seguridad de su familia, nadie entrega su propia vida, como hicieron ellos…
La aristocracia del siglo XIX se hizo representar muy dignamente en la manigua heroica. Pero en esta hora de Cuba esas clases altas han cambiado de espíritu. Las clases altas de hoy no están movidas por ningún idealismo ni asumen –en economía, política o cultura- ningún riesgo. Su ética es de acumulación, de ganancia, de suma de poder, de enriquecimiento fácil. Esta ética materialista no sirve para crear nada ni para vivir o morir por un ideal. Por esto son clases que, como la mujer de Lot, se han convertido en estatua de sal (cf. Gn 19, 26). Estas clases – o, con mayor exactitud, los grupos todo poderoso que se han formado dentro de ellas- controlan todos los organismos de creación y defensa del privilegio: ese es su oficio, su papel, la causa de su esterilidad y de su marginamiento de los riesgos. Estas clases altas constituyen el personaje intocado en el drama cubano: están arriba, inaccesibles al conflicto y al golpe, pero son sus principales, quizás sus únicos beneficiarios. Porque el pueblo nunca es el beneficiario. La masa campesina sigue con techos desechables, con escuelas derruidas, sin tierras ahora como antes. No, el pueblo nunca es el beneficiario. El beneficiario puede ser hallado siempre fuera de la zona de peligro, lejos de los zarpazos y de las dentelladas, el beneficiario es un maestro en el arte de comprometerse consigo mismo y aun así ganar el combate.
Muchos de aquellos hombres del 68 – sirvan de ejemplo solo dos nombres preclaros: Rafael Morales y Manuel Sanguily – eran intelectuales antes de guerreros, y continuaron sirviendo con la pluma, cual, si fuera otra espada, a los intereses de la revolución cubana. Nuestros intelectuales de ahora -¡Que tremendo contraste! – son responsables por su silencio. Su cobardía, su incapacidad critica, su horror al compromiso social, su apego supersticioso a la rutina, su veneración profesional por los mitos, les ha llevado a marginarse del drama y a enclaustrarse en una equivoca fortaleza de –intelectuales puros – y alguien (cuyo nombre no recuerdo) dijo una vez que cada palabra tiene resonancia, pero cada silencio también…el silencio de la inteligencia cobarde – ensimismada en el castillo de su propia comodidad – es indudablemente el silencio que mayor resonancia tiene. Otra vez Marti: – no hay talentos más serviles que los que están a la orden de un tirano -. El silencio no es solo indicio, sino una prueba inequívoca de quebrantamiento moral, de irresponsabilidad y de miedo. Quien calla es responsable de lo que deja de decir: es responsable de su verdad cobardemente callada, la verdad no puede ser tratada como conservas que se almacena con sal y después se saca poco a poco según se necesite. La verdad no puede conservarse: solo como cosa viva existe, y solo cuando aparece puede ser empleada.
Y un paralelo más. Aquel grupo índice del 68 – tenía en cada uno de sus hombres – un líder. El jefe fue Céspedes, pero pudo haberlo sido Aguilera, o Agramonte. Porque en cada uno de ellos el pueblo podía ver una pasión sincera, y escuchar una voz legitima. En esta hora de Cuba faltan las voces legítimas que puedan filtrarse entre los tabiques de la inestabilidad y de la indiferencia pública y llegar al corazón de los cubanos de esta generación. Podríamos poner en la gaceta oficial o en los periódicos de mayor tiraje un anuncio inclasificables, – SE BUSCAN HOMBRES- hombres que se entreguen sin reservas al servicio de la patria, hombres que cuando sientan herida su conciencia ciudadana no se detengan a medir las proporciones y las consecuencias de su denuncia, ni a pensar cuanto pueda costarles en libertad o en vida, hombres como Francisco Vicente Aguilera, viejo y adinerado, a quien al ser llamado ante el Gobernador Militar para que respondiera a la acusación de haber gritado –mueras- a España. Expreso: aseguro a usted que no he tomado parte en este asunto; pero también le juro como caballero que si Francisco Vicente Aguilera toma algún día participación en asuntos de esta naturaleza, ha de hacer temblar a España.- hombres como Carlos Manuel de Céspedes, conminado a entregarse y hacer fracasar la revolución, bajo amenaza de muerte de uno de sus hijos, prisionero del ejercito español. – Todos los cubanos en la manigua son mis hijos – , respondió. Y el hijo de su carne fue fusilado.
He hablado de las clases altas, y quiero señalar, antes de incurrir en error, que no solo en ellas se incuban nuestros males. Esta también la otra clase: la de los enajenados, la de los marginados, automarginados y marginales, la de los corrompidos por el juego, la bebida, el ñañigismo, la santería barata y la superstición. Son los que se muestran reacios a todo progreso, a todo tipo de cultura. Son los que venden el voto, venden la conciencia y venden los hijos o los avientan al mar, como pasto para tiburones. Son los que andan tarados con sus pasiones, con sus fanatismos, con su crueldad demoníaca y su degradación y se ufanan en ser así. En esta patria nuestra hay, mucha gente de pasión viscosa, sin principios, sin moral, sin Dios, ni Fe. Aquí se pueden dar la mano los mejores héroes y los peores bandidos.
Todo eso nos queda como herencia de muchos años, pero especialmente de los últimos años, porque los cubanos de esta hora de Cuba pueden dividirse en dos bandos: los que están afiliados al partido de la indiferencia o los que están afiliados al partido del resentimiento, la crueldad sádica y la manipulación sin escrúpulos. Esta por decir la historia que se ha movido por debajo del escenario oficial durante los últimos años, la historia no escrita, transida de vergüenza y de sangre. La historia escondida por la hipocresía de las celebraciones fastuosas. Esta es la herencia de los últimos años, odios, cuentas de sangre, crueldad y resentimiento. Estos hombres y mujeres que han pasado por alguna forma de poder no han contribuido a construir una nación, no han formado una conciencia política, no han rehecho la armazón del estado, sino que han descuartizado el país en dos sistemas de odios, como la única herencia victoriosa de, los contendientes. Y lo más triste es que todos estos hombres y mujeres han hablado todo el tiempo del pueblo, pero no ha sido mas que un tartufismo. Por debajo del enriquecimiento de las grandes familias, o de la gloria borrosa de los caudillos, solo hallamos un piso de lágrimas y miseria. Ahí esta el pueblo, en ese subsuelo, anónimo, invisible a los ojos de todos, fuera del horizonte moral.
¿Y quienes son responsables de esta situación? son responsables, primeramente, los que han estado y están en autoridad, los intelectuales, los jefes militares, las elites sociales, todos los grupos dirigentes, sin excluir los grupos religiosos. Todos ellos son responsables de esta degradación multitudinaria, de esta renovada mutilación de la ansiedad patriótica, son responsables por su cobardía, por su egoísmo, por su estrecha moral, por su noción deforme de patria. Son responsables porque han permitido, silencioso los labios que se dejara sin patria a tanto cubano humilde, a quien se ha negado repetidamente todo derecho, toda posibilidad de justicia, todo lo que pueda hacer buena, aceptable y digna la vida humana.
Pero cabe ya nuestra palabra de confesión: al cabo todos somos responsables, unas veces porque hemos permitido la relajación de la autoridad otras porque hemos permitido el abuso de la autoridad, unas veces porque ha sobrado tanta palabra vacía y otras veces porque ha sobrado tanta fuerza bruta. Y todos estamos viviendo conformes, fríos, monstruosamente tranquilos y descerebrados- sobre esta herencia adulterada. Todos somos cobardes y esta cobardía ha embotado hasta el más sensible resorte del instinto. Ya nadie se conmueve, ni siquiera por los hechos mas terribles. Lloramos oyendo las novelas sentimentales que trasmiten radios y televisoras o viendo las escenas dolorosas de una cinta de cine, pero nos negamos a conmovernos con la tragedia que corre por debajo de nuestros pies y por encima de nuestro espíritu.
Quien escuche estas palabras podrá tildarme de incitador a la revuelta, pero se equivoca en todo caso un incitador a la revolución, que no es igual, la revolución entendida como el retorno a la justicia y al orden. Eso que quiso la revolución del 10 de Octubre, la exigencia de cambios, caminos, rutas ciertas, soluciones, planes de largo y mediano alcance, no existe pues nada mas alejado de la revolución que la revuelta. Esta solo busca la venganza, es un salto en el vacío. Y yo hablo de la revolución que comienza a cambiar o a redefinir al hombre mismo, que intenta transformar su argamasa y reconstruir los muros de su dignidad. Desde hace muchos años –desde 1933, con mayor énfasis- nuestra vida social es un impulso revolucionario, una fuerza que rebasa el orden tradicional, Cuba es un país que anda en busca de una transformación, la misma transformación que debió haber devuelto al pueblo su soberanía y tener un estado que exista y funcione para el pueblo, según la formula insustituible de Lincoln. Toda nuestra historia es una revolución inconclusa, porque el pueblo como una suma inorgánica de clases trabajadoras, manuales e intelectuales ha carecido de un instrumento propio, suyo, ajustado a sus necesidades y a sus problemas, de lucha verdaderamente revolucionaria, es decir, verdaderamente creadora sobre todo y muy especialmente a partir de los últimos al menos 25 años, el pueblo entonces partido en mil alas rotas e irreconciliables, solo a empleado su capacidad sacrificio y de lucha, su idealismo ético, en destruirse a si mismo.
Hecha pues la confesión del pecado y arrepentido sinceramente que a todos nos toca en este rosario de males, cabe saber si hay para este pueblo alguna esperanza de salvación. Cuando se pierde la ilusión y la fe todo se pierde. Y yo no puedo olvidar que fue Martí, quien sufrió más que ningún otro cubano las dentelladas de la calumnia y de la envidia– la voz profética y animosa para tiempos como estos: lo que tengo que decir antes de que se me apague la voz y mi corazón cese de latir en este mundo, es que mi patria posee todas las virtudes necesarias para la conquista y el mantenimiento de la libertad…
Todas las virtudes necesarias,. En verdad que no hay pueblo en el mundo como el nuestro, que haya heredado mayor suma de bienes en medio de los males inherentes a toda condición humana. No tendremos perdón de Dios si con los medios que El a puesto a nuestro alcance – una tierra fructífera, un clima ideal, una ubicación estratégica – , y la natural habilidad de los cubanos – capaces del heroísmo, inteligentes, dados al progreso – no estamos dispuestos a rebasar esta crisis y a rematar el esfuerzo de los hombres del 68 con una republica que tenga por base – el carácter entero de cada uno de sus hijos e hijas y el habito de trabajar con sus manos y pensar en si propio, el sacrificio integro de si y el respeto, el culto a la dignidad plena de todos los cubanos y cubanas.
Hoy este 10 de Octubre de 2023, esta hora de Cuba, debiera ser la preconizada por José Martí: la hora del recuento y la marcha unida.
L.P:. Javier Alvarez Rodríguez
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