Hubo una vez una gaviota, la cual descendió volando a uno de los suburbios de la capital de Lu. El marqués de la zona se afanó en agasajarla y darle la bienvenida en el templo, preparando para ella la mejor música y grandes sacrificios. Sin embargo, el ave estaba aturdida y triste, no probando la carne o el vino. Tres días después murió. El marqués de Lu agasajó a la gaviota tal y como a él le hubiese gustado serlo, no como al ave le hubiera agradado.
Dentro de las historias cortas, esta en particular demuestra algo muy importante: a menudo no tenemos en cuenta que nuestras necesidades y gustos no tienen porqué ser los mismos que los de los demás (y de hecho pueden ser directamente opuestos a los propios), siendo necesario que prestemos atención a lo que el otro necesita por tal de poder ayudarle o agasajarle de verdad.
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