Una perra de presa, que estaba esperando la llegada de sus cachorros, no tenía un lugar donde cobijarse.
Pronto, consiguió que una compañera le dejara entrar en su cobijo por poco tiempo, hasta que diera a luz a sus cachorros.
Al cabo de unos días, volvió su amiga, y con nuevos ruegos le pidió que prorrogase el plazo quince días más. Los cachorros apenas andaban; y con estas otras razones, logró quedarse en el cubil de su compañera.
Pasada la quincena, su amiga volvió para pedirle su casa, su hogar y su lecho. Esta vez la perra le enseñó los dientes y le dijo:
—Saldré, con todos los míos, cuando me echéis de aquí.
Los cachorros ya eran mayores.
Moraleja: Si das algo a alguien que no lo merece, lo llorarás siempre. No recobrarás lo que prestas a un pícaro, sin andar a palos. Si le alargas la mano, tomará el brazo.
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