La gran tradición iniciática del ser humano, primordial y perenne, concibe al individuo como una unidad ternaria compuesta de: cuerpo, alma y espíritu.

El cuerpo es perecedero y los elementos que lo constituyen deben cumplir el ciclo de vida y muerte.

El alma es inmortal y manifiesta una imperiosa necesidad de evolucionar hacia un estado de perfección que posibilite su reintegro al origen, el Sublime Luminar del Universo, impulsada por el espíritu.

La parte material o corporal: Los movimientos que hacemos sin que la voluntad contribuya, como a menudo sucede cuando respiramos, andamos, comemos, etc. Cuando hacemos todas las acciones comunes con los animales, solo dependen de la conformación de nuestros miembros y del espíritu. De la misma forma que el movimiento de un reloj es producido únicamente por la fuerza de su resorte y la forma de sus ruedas. Las funciones propias del cuerpo no dependen, por tanto, de ningún principio externo de animación, sino de su propia fuerza, su propia estructura. Nuestro cuerpo puede moverse sin la presencia de alma alguna. Es solo una máquina que al haber sido hecha por la Gran Energía, que es Dios, posee unos movimientos más perfectos que las máquinas inventadas por los hombres. El cuerpo funciona de un modo mecánico, y el alma es algo pensante independiente del cuerpo.

La muerte es el fin de la vida, pero el nacimiento de algo grandioso. Morir no es otra cosa que cambiar de residencia, y el alma inmortal es el milagro más grande de la creación. El simbolismo de la Orden Caballero de la Luz tiene por centro verdades referentes a Dios y a la inmortalidad del alma, como nos lo legó Don José de la Luz y Caballero.

Al Sublime Luminar del Universo, no es posible considerarlo separado de la materia o mundo de las formas, que es su cuerpo de manifestación. Por lo tanto, se configura así un par de opuestos. El primero, entre otras cosas, es infinito y eterno, el otro es limitado y temporal. Sin un cuerpo no podemos experimentar la realidad material. Muchas veces buscamos solamente complacer nuestros sentidos, nuestros deseos y pasiones. La materia no es un fin en sí mismo. No podemos decir que hay que despojarse de todo lo material. La creación es abundancia. Es para todos. Hay suficiente si se administra bien. Es correcto disfrutar de los placeres materiales, ya que son regalos, bendiciones de la providencia. Vivir es una misión del hombre, vivir es acumular experiencias y vivencias, es adquirir sabiduría. Ambas existencias se conocen comúnmente como espíritu y materia.

En cuanto al espíritu este se manifiesta temporariamente por medio de su equipo de carne, nervios y huesos, que es su instrumento de trabajo en el aprendizaje consciente. Jamás el espíritu humano se desvincula de la conciencia cósmica que lo origina y le garantiza su existencia.

El espíritu, en verdad se encarna, no nace, no crece, no envejece y no muere con respecto a la carne. Es una centella cósmica de la llama creadora, que es el Ser Supremo; por lo tanto no renace ni es destruido.   El espíritu desciende al mundo carnal para desenvolver la conciencia y tener noción de sí mismo, pasando a existir como entidad emancipada, pero subordinada a las leyes del creador, de la Gran Energía, pues, aunque sea un espíritu eterno y disponga de su libre albedrío, jamás se aísla del todo.

El Sublime Luminar del Universo es uno y trino. El hombre como su imagen y semejanza, es materia, alma y espíritu. Es un solo Dios para los tres. El alma en consecuencia está representada para el que ingresa en la Orden Caballero de la Luz, en el espacio que se encuentra entre el que preside y la Biblia, entre la materia y el espíritu, y que está en constante perfeccionamiento.

De la relación entre espíritu y materia surge el alma, existencia siempre en formación, como síntesis de ambos opuestos y cualidad que distingue a un ser de otro. El alma habita en un cuerpo humilde.

Siendo autónomos los dos y pudiendo subsistir ambos de una manera independiente, soberana, están unidos en el compuesto que es el hombre, y se da un paralelismo entre lo que sucede entre ellos. Están juntos y se comunican.

La inmortalidad es el fundamento de todo el sistema simbólico institucional y lo que da sentido al mismo. Como todos los demás límites, no se funda en una mera creencia. La continuidad es una realidad indiscutible en el universo. Nada pasa sin dejar huella.

La inmortalidad en que se funda la Orden Caballero de la Luz, lejos de ser un escapismo, es la realidad suprema. No nos basamos en una creencia sino en un hecho natural y comprobable. Las doctrinas del Sabio Mentor de “El Salvador” y nuestros principios hacen que la vida se haga digna de ser vivida. 

Es soberana la ley sagrada de causa y efecto y la evolución bajo esta ley para llegar a esa perfección  que está simbolizada por el paso del hombre hacia la purificación. Por eso se hace indispensable una continuidad de mayor envergadura.

Es evidente que si no existiera esta perennidad de vida que llamamos inmortalidad, no podría existir la evolución en conciencia, ni tendría tampoco sentido. No sería posible, en otro plano, el de la evolución biológica, si no existiera la preservación de la especie y el fenómeno de la herencia. La ley de causa y efecto, y el proceso evolutivo aseguran la continuidad.

Debido a esta continuidad, que no se puede separar en segmentos, y que se observa en todo lo creado, es indispensable que exista un encadenamiento entre una manifestación de esta vida y la otra. La vida no comienza con el nacimiento ni termina con la muerte. Esta última es una simple expresión de una etapa de la vida. Mientras tengamos miedo a la muerte, no podremos vivir una buena vida. La espiritualidad no es una escapatoria de la realidad.

Negar la inmortalidad es negar nuestros símbolos. Los miembros de la Orden debemos tener la convicción de que la muerte física no puede detenernos. Para cumplir con los ciclos evolutivos es necesario, que muera el “viejo hombre”, la “mujer vieja”, para que nazca el nuevo o la nueva. Este es el mensaje sublime que nos trasmite el Sublime Luminar del Universo, al igual que nuestra Institución a través de su simbolismo.

La Orden Caballero de la Luz es una doctrina de salvación, capaz de liberar al ser humano de los miedos que lo acosan. Nos enseña a superar los miedos que nos impiden vivir bien, vivir mejor, más libres, despojados de temores. Nuestra institución busca el bien común.

Somos humildes mortales que creemos en un Ser Superior y que nuestras almas seguirán en un lugar sin espacio ni tiempo. El alma no usa reloj.  

GLP:. Nérida Pérez (FLU)

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