Los que tenemos hijos, nietos, o hasta los que han criado sobrinos, etc., saben lo que se siente al ver a un niño dar los primeros pasos hacia nosotros. El niño aprende a caminar por etapas. Por supuesto, primero es “gateando” por todo el corral, después por la sala, etc. El mundo le va ofreciendo día a día nuevas formas, y él las quiere conocer. Llega el instante en que se para y da sus primeros pasitos. ¡Cuánta alegría sentimos cuando extendemos nuestras manos hacia las de ellos! A veces los agarramos por los deditos y los ayudamos en esos vacilantes pasitos. Por cierto, la Gran Energía (Dios) creadora de lo existente, y por existir, se manifiesta más patentemente en las dos etapas esenciales de la vida: al inicio, y al final.
El niño y el anciano poseen una especie de protección, y en realidad es cuando más el ser humano necesita de amor y cuidado. Un famoso predicador evangélico decía: “Dios nos ayuda cuando no podemos caminar; Él nos ayuda cuando encontramos difícil el camino para dar pasos ciertos; pero Él no puede ayudarnos, si no queremos caminar”.
Meditando estas palabras, sabemos entonces que Él estará siempre ahí, porque nosotros formamos parte de esa energía universal, como si tuviéramos unas manos extendidas cuando tropezamos y nos caemos, y nos levantamos y recomenzamos el camino. Somos nosotros los que debemos primero tratar de dar ese primer paso y demostrar que queremos caminar.
La “carrera fraternal” comienza en el momento de la iniciación. Si de verdad deseamos “caminar”, debemos dejarnos “guiar” por las manos extendidas de los que saben más que nosotros. Aquí comienzan los primeros tropiezos. La autoestima lleva al hombre a creerse un ser “superior” a los demás.
Creemos que con leer las liturgias y manuales de trabajo ya basta. ¡Y no es así! Cualquier persona puede tomar clases para aprender a manejar un auto. Se puede estudiar hasta de memoria las reglas y leyes del tránsito, Y obtenemos la licencia que nos capacita para manejar un auto. Aprendemos a manejar, pero… ¡aún no “sabemos” manejar! Porque se aprende en realidad con la práctica.
Y en una logia, en la vida fraternal, en la carrera fraternal, el aprendizaje es constante. Existen hermanos o hermanas, que tal vez no posean una instrucción académica, pero sí exhiben una intensa y extensa Universidad fraternal. Con los años aprendemos todos a caminar en las labores de la Orden. Y en los rituales se describe detalladamente hasta cómo pedir la palabra, y hablar o caminar dentro de un Templo, pero “ser fraternal” ya es otra cosa.
Amar a la Orden y sus principios, ya es otra cosa. Incorporar esos principios y doctrinas a nuestro ser, y convertirlos en parte de nuestra conducta diaria, ya es otra cosa.
Desde la iniciación, hasta el último grado, estaremos dando pasitos vacilantes. ¿Cuándo se termina ese aprendizaje? Cuando seamos capaces de “envolver” con amor la palabra HERMANO. Cuando tengamos respeto, consideración, y tolerancia a las opiniones distintas de los hermanos, dentro y fuera de los Templos. Entonces podremos dar unos pasos más lejos. La Orden nos extiende siempre sus brazos para ayudarnos a caminar. Depende de cada uno.
“No podremos correr la carrera fraternal, hasta que aprendamos a caminar en el amor fraternal.
GLP:. Alberto C. Jané (FLU)
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