En mi calidad de miembro activo y comprometido con la Orden Caballero de la Luz, me veo en la necesidad de expresar una inquietud que no sólo me atañe a mí, sino que, creo firmemente, interpela a muchos que como yo se esfuerzan en sostener con dignidad la llama de nuestra institución. Me refiero a la práctica –cada vez más habitual– de no abrir las puertas del Templo o de cerrarlas anticipadamente bajo el argumento de que no se alcanza el quórum reglamentario para la celebración formal de una sesión.
Comprendo que la normativa estatutaria establece condiciones específicas para el desarrollo regular de nuestras reuniones. No obstante, me pregunto si ese marco formal puede erigirse como excusa para suspender lo más sagrado que tenemos: el acto mismo de reunirnos, de encontrarnos, de reconocernos como hermanos.
El día señalado para la reunión no es un simple ítem del calendario: es un compromiso, un pacto tácito con la Orden y con aquellos que, a pesar de las circunstancias, acuden con constancia y respeto. Cerrar las puertas del Templo por la falta de quórum es, a mi entender, cerrar también la posibilidad del diálogo, del abrazo fraterno, del trabajo espiritual, intelectual o práctico que siempre puede –y debe– realizarse en bien de la Orden.
No hay noche en que no pueda encenderse al menos una luz. No hay momento de reunión en que no se pueda fortalecer la unidad, reflexionar sobre nuestras tareas, avanzar en la formación de los más jóvenes, planificar acciones solidarias o, simplemente, ejercer la fraternidad en su forma más pura: la presencia.
La ausencia de formalidad no puede justificar la ausencia de espíritu. Dejar a los asistentes –pocos o muchos– frente a una puerta cerrada, es negarse a reconocer el esfuerzo, el compromiso y la voluntad de quienes creen que pertenecer significa estar, incluso cuando todo parece invitar al desencanto.
Quien preside, quien ostenta la autoridad del momento, no sólo tiene la facultad de abrir o cerrar una sesión. Tiene, sobre todo, el deber moral de mantener las puertas abiertas, porque en cada apertura hay una afirmación del principio más noble de nuestra Orden: la Luz no se apaga por escasez, sino por indiferencia.
El Templo es más que un recinto físico: es un espacio simbólico de permanencia. Cada vez que se abre, aunque sea para tres o cuatro hermanos, estamos diciendo que la Orden vive. Y cuando se cierra innecesariamente, estamos proclamando, aunque sin palabras, que ya no vale el esfuerzo de intentarlo.
Por respeto a quienes vienen, por fidelidad a quienes vendrán, y por lealtad a nuestros principios, afirmo con convicción: las puertas del Templo no deben cerrarse. No mientras haya un hermano dispuesto a cruzarlas.
LP:. Javier Alvarez Rodríguez (OCLU)
Be the first to review “BIEN DE LA ORDEN (94): LAS PUERTAS ABIERTAS DEL TEMPLO: UN DEBER FRATERNO”