El 9 de mayo de 1873 el patriota don José González Curbelo, junto a otros cubanos, fundó en Filadelfia la Orden Caballeros de la Luz, en honor al distinguido pedagogo Don José de la Luz y Caballero. En Cuba, se libraba la Guerra de los Diez Años, o Guerra Grande, y la nueva fraternidad, que tenía mucho en común con la masonería, fundamentó sus principios en el patriotismo y los más altos valores humanos. Las logias se convirtieron en centros de propaganda de la Revolución.
Con la Paz del Zanjón las logias de los Caballeros de la Luz, lejos de debilitarse se fortalecieron. Una callada y tesonera labor se desarrolló de forma tal que cuando Martí llegó en 1892 a la Florida para crear el Partido Revolucionario Cubano, exclamó con satisfacción: "Aquí no hay que hacer nada, los Caballeros de la Luz lo han hecho todo". En una noche, Martí fue incorporado a la Orden.
El 22 de Junio de 1862 la vida de uno de los cubanos más eminentes del siglo XIX llegaba a su fin: José de la Luz y Caballero. La depresión causada por la muerte de su única hija en agosto de 1850 producto de una epidemia de cólera a la edad de 16 años, la falta de sueño, el exceso de trabajo y una enfermedad que según Manuel Sanguily era conocida como dispepsia, marcarían sus últimos días.
Su obra como educador, inmensa, incluyó desde la fundación de colegios hasta la creación de cátedras de Filosofía, famosas por estar impregnadas de su estilo personal. Don Pepe, aún sin haber dejado un tratado especial, fue un filósofo de clara orientación que consideró a la razón como factor característico del hombre. A pesar de una cierta orientación mística, fue amante de la prueba y reconoció la verdad científica. Por ello su impronta subversiva debe ser comprendida en el contexto eclesial y dogmático de la Cuba colonial de la primera mitad del siglo XIX. Don Pepe, sin decirlo, hizo patria de la grande porque introdujo entre sus educandos el ejercicio de la duda metódica.
Pese a su notable obra escrita, en Cuba se le recuerda por dos hechos principales: la fundación del colegio El Salvador (1848) y la publicación de sus célebres Aforismos, que aún circulan hoy entre sus seguidores, en lo fundamental agrupados en órdenes fraternales cubanas como la de los Caballeros de la Luz y Caballero de la Luz.
Don Pepe, en su colegio El Salvador, sentó cátedra de cómo educar a niños y adolescentes aunque siempre opinó que “la educación comienza en la cuna”, para así dejar bien clara su opinión sobre el papel de la familia en el proceso de formación de valores del individuo. Su obra, en esencia, se erige y contradice a esos momentos en que la política de instrucción pública ha preterido la influencia del factor familiar como base de la conducta individual.
Por ello, en momentos cubanos como los de ahora, donde puede afirmarse que ciertos valores morales no se han perdido pero sí pasado a la clandestinidad, una obra como Aforismos aparece ante el lector como una suerte de manual de salvación. Sus breves y diáfanas sentencias sirven de brújula, y no por gusto se observa un callado pero sostenido crecimiento de las órdenes fraternales cubanas donde la luz de Don Pepe brilla con su mayor esplendor. No se dice, pero sucede: cientos, miles de jóvenes cubanos están ingresando en fraternidades como la masonería, la Orden Caballeros de la Luz, la Orden Caballero de la Luz, la Orden Caballeros del Trabajo y otras en las que la impronta de Don Pepe viene desde los orígenes, desde esas vidas de educandos suyos que, a su debido tiempo, mucho hicieron por la independencia y la libertad de Cuba.
La luz de Don Pepe está presente aunque se niegue. A su momento, saldrá de las catacumbas donde hoy se la conserva como secreto de iniciados, para ser uno de los soles de una Cuba nueva.
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