En las primeras semanas del mes de mayo, del 2011, millones de seguidores de una secta cristiana en E.U.A., comenzaron una campaña publicitaria gigantesca, de advertencias y anuncios, señalamientos bíblicos, en referencia al fin del mundo en el día 21 de ese mes y año. Según los autores del “llamado” de esos religiosos, el día, hora y segundo exactos para ese final de todo lo existente, estaba reflejado en la Biblia. El resto de la comunidad religiosa, católica y cristianos de otras sectas protestantes, observaron a distancia ese anuncio apocalíptico. Y a su vez señalaban capítulos de la Biblia, en los que se especifica que “SOLO DIOS SABE EL DIA Y LA HORA DE ESE FINAL”.

Los seres humanos vivimos en un mundo, que se extiende desde el micro-mundo individual, hasta el macro-mundo del planeta con su constante evolución dinámica. Cada persona vive ese propio micro-mundo, el cual absorbe y eclipsa totalmente el resto de “los mundos”. Para entender mejor estas palabras, déjenme explicar, por ejemplo, que hace dos semanas asistí a una boda, con su consiguiente fiesta y alegría. Sin embargo, en ese mismo instante, en el que todos estábamos “arropados” por la contagiosa algarabía de los recién casados, familiares y amigos, en ese mismo día, hora y segundos, cuatro inmensos tornados azotaban el medio este de Estados Unidos, “borrando”, casi literalmente a dos ciudades del mapa. Y con un saldo de cientos de muertos, y miles de desaparecidos. Esos damnificados vivieron un vuelco en sus vidas, en sus mundos, en segundos.

No tiene que estar escrito en un libro, ni ser anunciado por un “profeta”. Basta con que en el infinito de las probabilidades, que un meteorito, o un planeta, o una simple explosión de “energía compacta” en el espacio, “mueva” fuera de sus órbitas a un pedrusco sideral, o varios, y se dirijan e impacten a nuestra tierra. Casi a diario escuchamos, y vemos en la TV, a volcanes en erupción. ¿Y si sucede que “coincidan” muchos a la vez? Los terremotos son aún imprevisibles para la ciencia. Algunos traen aparejados los “sunamis”. ¿Y si se “agitan” varios en el mismo momento? No tiene asimismo que estar escrito, sólo basta que el cálculo de las probabilidades sea el que coincida.

De igual forma acontece en nuestro “mundo fraternal”. Cada logia es un micro-mundo, con sus peripecias, actividades, enfermedades, disgustos y alegrías en sus sesiones, etc. Y los hermanos y hermanas, al entrar en el Templo, no pueden evitar traer consigo sus achaques, sus “tragedias familiares”, sus características personales, que crean a su vez situaciones especiales. Como no somos robots, es imposible evitarlas. No podemos dejar en la casa la piel, los nervios, las cicatrices emotivas propias de la existencia. Y la Gran Logia tiene que lidiar con las personalidades de cada uno de sus miembros. Y procurar, ante todo, salvar la estructura social y fraternal de todas las logias. La obra creada por González Curbelo, nos señala que el “mundo principal” de nuestra Institución es amar, construir, sumar. Marchar juntos, en una constante porfía en ser mejores seres humanos, en superar los obstáculos que traten de desviarnos del camino correcto. Nadie sabe cuándo será el final de todos los mundos, pero mientras, abracémonos con genuino amor. 

Llevando la imagen de la Orden, y sus símbolos como la meta siempre por alcanzar. Cuando se trata de la Orden, vivimos en un presente activo. la Orden Caballero(s) de la Luz es un verbo. No un adjetivo.

 

“ES MEJOR ENCENDER UNA VELA, QUE MALDECIR LA OSCURIDAD”.

GLP:. Alberto C. Jané (FLU)

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