En ocasiones, algunos hermanos se aproximan al Templo buscando que la Orden les ofrezca alegría, motivación o consuelo, como si de una fuente inagotable de entusiasmo se tratara. Y cuando no encuentran lo que esperan, vuelven la mirada hacia su Logia con reproche, como quien culpa a una lámpara por no encender cuando en realidad es uno quien no llevó el fuego.

Pero la verdad, hermano mío, es que la llama que te impulsa debe arder primero en tu interior. El compromiso, la inspiración y el entusiasmo no se otorgan: se cultivan. No son regalos de la Orden, sino frutos del trabajo que realizamos sobre nosotros mismos.

La Orden no es una fábrica de ánimo. Es un espacio sagrado de encuentro, de trabajo simbólico, de construcción moral y fraterna. No es un espectáculo para entretener, sino una escuela para aprender, crecer y servir. Si llegas a ella vacío esperando que te llenen, pronto estarás frustrado. Pero si llegas con humildad, con intención y con llama propia, encontrarás herramientas, abrazos, y reflejos que alimentarán tu propósito.

No confundas el camino: la motivación no viene de afuera. La Orden puede acompañarte, pero no caminar por ti. La Logia puede iluminarte, pero no encender tu fuego. La alegría no se reparte como medallas; se construye como un templo: ladrillo a ladrillo, sesión a sesión, servicio a servicio.

El verdadero Caballero de la Luz sabe que el impulso nace en el deber, que el sentido florece en la constancia, y que la motivación no se exige: se ejerce.

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